sábado, 5 de diciembre de 2009

La trampa de Andrés





Un día, cuando estaba anocheciendo, el ruido de un motor comenzó a sonar a lo lejos. Era demasiado tarde para una visita pero el pequeño furgón atravesó el camino que llevaba a la granja y aparcó justo delante del granero.

Andrés, el ratón más goloso de la aldea, pegó su ojo izquierdo al agujerito de la tabla más oscura del establo y comprobó cómo alguien con un peto vaquero y una gorra azul entregaba un paquete a Enrique, el dueño de la granja.

- “Un queso!!!!” –- pensó el goloso roedor

seguro que es un exquisito queso amarillo brillante”. Se había levantado de la siesta y estaba dispuesto a seguir la pista de un manjar que ya se había prometido suyo.

El granjero cogió la caja envuelta en papel marrón donde decía: “Mensajería Valentino y entró en la casa principal para revisar el contenido. Además de ser muy glotón, Andrés era una animal pequeñito y especialmente curioso. Asomó el hocico por el cristal de la ventana y, de manera instintiva, levantó las cejas cuando comprobó que, en lugar de su queso, Daniela, la dueña de la granja, posaba sobre la mesa de la cocina una trampa para ratones. Era un objeto muy extraño. Tenía muchos alambres y su color gris destacaba sobre los cuadros rojos del mantel.

Antes de acostarse, Enrique colocó la trampa entre la hierba seca que se acumulaba en el granero y dejó, muy cerca, un trocito de queso que desprendía un olor delicioso. Aquella noche Andrés se acostó preocupado y apenas se hubo dormido, escuchó el canto del gallo que anunciaba un nuevo día.

Sin lavarse los dientes y despeinado, corrió a despertar a Mariana, la única gallina y una de las vecinas con más personalidad del lugar. En otras granjas había varias gallinas para un único gallo, pero Mariana siempre había exigido un lugar propio y exclusivo en el corral, de manera que, ni siquiera los patos más atrevidos, habían osado poner en duda su autoridad.

- Estoy desconcertado!- exclamó Andrés antes de desear los buenos días.Enrique ha comprado una trampa y creo que puede ser peligrosaañadió.

- ¿Por qué iba nuestro granjero a ponerte una tramparespondió la gallina mientras escarbaba en la tierra en busca de los gusanos para el desayuno.

- Porque ha colocado un trozo del queso que Dña Mariana hizo con la leche de cabra Antoniainsistió el Ratón. – y he estado toda la noche resistiéndome a ese delicioso olor. ¿No ves que tengo unas ojeras espantosas?. – Andrés era un poco presumido pero lo bastante listo como para saber que aquella trampa suponía una amenaza para todos.

Ante la indiferencia de Mariana, un poco decepcionado, el pequeño roedor acudió al campo donde Joaquín, el cordero más lozano y tierno de los prados heredados por Daniela, pacía bajo un radiante sol.

- Estoy preocupadodijo el ratón impetuosamente.

- Eh? – El cordero no comprendía.

- ¡Estoy muy muy preocupado!!!.- Insistió

- Hace una hermosa mañanaindicó Joaquín mientras seleccionaba las hierbas más altas evitando las margaritas que crecían discretas entre el verde prado.

- ¡Pues yo estoy preocupado!- En ocasiones, Andrés resultaba un poco insistenteEnrique ha colocado una trampa en el granero y puede ser peligroso ¿no crees?!!!.

- Dios nos protege de todos los males, observa todo los que te rodea: comida suculenta, un hogar acogedor en el que descansar... somos afortunados.

- ¿Significa eso que no me ayudarás con la trampa?- Preguntó el ratón clavando apretando los puñitos de sus patas delanteras.

- “Por supuesto que te ayudaré. Rezaré para que no te ocurra nada malo. Recuerda que debemos ser generosos y atender a las necesidades de los que nos rodean”.

Andrés estaba enfadado. Llevaba varios años habitando en la granja y siempre había colaborado en mejorar las condiciones en que vivían todos sus compañeros. Antes de desayunar corrió al establo donde Catalina, la vaca y representante de todos los integrantes de la granja, descansaba tras ser ordeñada, orgullosa de ser el animal más valioso del lugar. Enrique siempre presumía de tener la vaca más productiva de la región y con frecuencia tenía en cuenta las sugerencias de Catalina.

- ¡El granjero ha puesto una trampa en el establo!espetó el roedor entre jadeos.

- Es algo muy habitual en todas las granjas, no debes desconfiar- añadió la vaca pausadamente.

- Pero está escondida entre la hierba seca y cualquiera podría quedar atrapado!- insistió Andrés indignado.

La vaca, con sus largas pestañas, miró fijamente al ratón y sentenció: “no existe ningún motivo para preocuparse”.

El pequeño animal pensó que pocas veces se había sentido tan triste. Regresó al granero, se miró en la cerradura para arreglarse el pelo y se acurrucó en una de las esquinas para recuperar el sueño pendiente.

Pasaron los meses y Andrés se había acostumbrado a esquivar la trampa entre la hierba seca. En ocasiones el granjero la cambiaba de lugar, y el ratón, inquieto ante la posibilidad de caer en ella, le seguía hasta comprobar el sitio exacto en que la ocultaba. No se había acostumbrado al olor del trocito de queso, pero cada noche realizaba un largo trayecto hasta la despensa para comer. Lo peor sucedió cuando llegó el verano. Entonces Daniela se empeñó en guardar el queso en la nevera.

Un día de septiembre, el ratón oyó un ruido fuerte y seco. Una serpiente se había quedado atrapada en la trampa y Daniela acudió de inmediato. En un intento de liberarla de los alambres, el reptil mordió a la granjera y la dejó gravemente herida. Comenzó entonces una historia que nadie podría olvidar.

Desde los servicios sanitarios de la Comunidad de Madrid enviaron una ambulancia. Las luces naranjas se extendieron en todas direcciones y Andrés acudió de nuevo al agujerito de la tabla más oscura para comprobar cómo la dueña de la granja era trasladada al hospital.

Daniela regresó pronto pero su rostro permanecía pálido y caminaba lentamente cuando recogía los huevos en el corral. En una ocasión, fue Enrique quien acudió a su cita con la gallina. En lugar de registrar entre la paja, tomó directamente a Mariana entre sus brazos y cocinó una sopa especial para que su esposa recuperara el ánimo y volviera de nuevo restablecerse. A partir de entonces, el hombrecillo de Mensajería Valentino traía los huevos en paquetes de cartón cada dos días.

La mujer no terminaba de recuperar su salud y resultaba extraño verla caminando entre los prados. Ya no acudía al establo para ordenar la hierba. Había silencio en la granja. Una tarde de diciembre Andrés escuchó voces en la casa principal. Muchos amigos de la pareja habían acudido a visitar a Daniela y el granjero, como buen anfitrión, se dispuso a proporcionar a sus invitados un manjar para agradecer las atenciones que mostraban ante la enfermedad de su mujer.

El cordero era lo mejor que podía ofrecer y Joaquín ya no volvió a pastar en los prados esquivando margaritas. Quizás nadie en la granja volvió a rezar.

No pasó demasiado tiempo cuando un coche negro atravesó el portalón de entrada y se estacionó ante la puerta de la casa principal. Andrés se puso de puntillas y se pegó al agujerito de la tabla. Aquel hombre no llevaba gorra azul y estaba casi seguro de que no se trataba de un empleado de Mensajería Valentino. Entre el bullicio distinguió voces que destacaban lo caro que había resultado el entierro. Demasiados gastos para afrontar son la venta de Catalina. Era una vaca realmente trabajadora y el granjero vecino había pagado una suma importante.

Andrés regresó a su huequito para descansar. Desde que Daniela cayera enferma, su marido se había deshecho de la trampa y ya no debía ser tan cauteloso. Ahora podía acomodarse en el rincón más blandito de todo el granero sin miedo a ser sorprendido.

Cuando Andrés acudió a sus compañeros no creyeron que la trampa representara ninguna amenaza para cada uno de ellos. Enrique la había colocado en el granero y, además: aquel aparato se denominaba “trampa para ratones”. ¿Quién podría pensar que una gallina, un cordero o una vaca caerían en ella?.


Basado en hechos quasireales

"Mil gracias, dos mil gracias: a Nenú Gómez y Cristina Corpa por la redacción y maquetación del cuento"

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